jueves, 15 de agosto de 2013

Frankenstein – Mary Shelley




"If the study to which you apply yourself has a tendency to weaken your affections, and to destroy your taste for those simple pleasures in which no alloy can possibly mix, then that study is certainly unlawful - not befitting the human mind."
Victor Frankenstein

Usted seguramente ya habrá disfrutado de este horrendo viaje a las entrañas de la condición humana. Si bien la mayoría de nosotros conoce a los personajes de esta dramática historia por parodias, versiones cinematográficas, digestos y similares, seguramente estará de acuerdo conmigo en que su lectura le vibra a uno en el estómago. O por lo menos a mí se me vuelca el interior nomás de pensar que una niña de ni siquiera 20 años es quien ha concebido y plasmado en papel lo que estoy leyendo.
Los personajes, usted los recuerda: Robert Walton, capitán que intenta llevar a su barco y tripulación al fin del mundo entre hielos y glaciares; Victor Frankenstein, estudiante de medicina que cuenta al capitán su atribulada historia; Elizabeth Lavenza, prometida de Victor; Clerval, su mejor amigo; Justin, inocente condenada a muerte por el asesinato del hermano menor de Victor, William; Felix, Agatha y De Lacey, la familia a la que el hombre creado por Victor aprendió a guardar afecto; y el hombre creado por Victor. Al final, sabemos, Victor Frankenstein muere a bordo del barco del capitán Walton. Su persecusión e incesante búsqueda resultan infructuosas, no consigue nunca dar alcance al monstruo por él creado y autor de toda su desgracia.
Los tres segmentos que quiero recordarle son tomados de la historia vista desde la perspectiva del monstruo. El primero describe los sentimientos de afecto y compasión que inevitablemente se generan en él al observar a Felix, Agatha y De Lacey.

The old man, whom I  soon perceived to be blind, employed his leisure hours on his instrument or in contemplation. Nothing could exceed the love and respect which the younger cottagers exhibited towards their venerable companion. They performed towards him every little office of affection and duty with gentleness; and he rewarded them with his benevolent smiles.
They were not entirely happy. The young man and his companion often went apart, and appeared to weep. I saw no cause for their unhappiness; but I was deeply affected by it.  If such lovely creatures were miserable, it was less strange that I, an imperfect and solitary being, should be wretched… What did their tears imply? Did they really express pain?... A considerable period elapsed before I discovered on of the causes of the uneasiness of this amiable family: it was poverty, and they suffered that evil in a very distressing degree… They often, I belive, suffered the pangs of hunger very poignantly, especially the two younger cottagers; for several times they placed food before the old man when they resereved none for themselves.
This trait of kindness moved me sensibly. I had been accostumed, during the night, to steal a part of their store for my own consumption; but when I found that in doing this I inflicted pain on the cottagers, I abstained, and satisfied myself with berries, nuts and roots, which I gathered from a neighbouring wood.

El segundo es la solicitud a su creador, Victor Frankenstein, luego de haber sido rechazado por la familia a la que él tanto quería.

We may not part until you have promised to comply with my requisition. I am alone and miserable; man will not associate with me; but one as deformed and horrible as myself would not deny herself to me. My companion must be of the same species, and have the same defects… You must create a female for me, with whom I can live in the interchange of sympathies necessary for my being.
I am malicious because I am miserable. Am I not shunned and hated by all mankind?... Shal I respect man when he contemns me? Let him live with me in the interchange of kindness and, instead of injury I would bestow every benefit upon him with tears of gratitude at his acceptance. But that cannot be; the human senses are insurmountable barriers to our union. Yet mine shall not be the submission of abject slavery. I will revenge my injuries: if I cannot inspire love, I will cause fear, and chiefly towards you my arch-enemy, because my creator, do I swear inextinguishable hatred. Have a care: I will work at your destruction, nor finish until Idesolate your heart, so that you shall curse the hour of your birth.

El tercero es un fragmento del diálogo que sostuvo con el capitán Walter a los pies de su recién fallecido creador.

Once I falsely hoped to meet with beings who, pardoning my outward form, would love me for the excellent qualities which I was capable of unfolding.  I was nourished with high thoughts of honour and devotion. But now crime has degraded me beneath the meanest animal. No guilt, no mischief, no malignity, no misery, can be found comparable to mine. When I run over the frightful catalogue of my sins, I cannot belive that I am the same creature whose thoughts were once filled with sublime and trascendent visions of the beauty and majesty of goodness. But it is even so; the fallen angel becomes a malignant devil. Yet eventhat enemy of God and man had friends and associates in his desolation; I am alone.

¿Acaso no era ésta un alma humana? ¿Aquello a lo que estamos expuestos define y nutre nuestro corazón? Ser rechazado, ¿quién lo soporta? Sentirse repugnante, ¿quién lo aguanta? ¿Cuánta gente anda por ahí sin saber lo que es intercambiar cariño? La soledad debe ser una cosa terrible. Pero igual y son puras figuraciones mías.

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.

lunes, 5 de agosto de 2013

El psicoanalista – John Katzenbach





De este chonchito libro que fue ideal para largos viajes en autobús, filas para trámites y esperas para citas médicas le contaré el principio y el final.
Este fabuloso thriller de profusa descripción se divide en dos partes. La primera parte se titula “Una carta amenazadora”, la segunda se llama “El hombre que nunca existió”.  En la primera parte conocemos al protagonista, el doctor psicoanalista Fredrerick Starks; a Robert Zimmerman, el último paciente que atendió; Virgil, la bella mujer joven que llega a confirmar las amenazas de la carta enviada por un tal Rumplestiltskin. Toda la acción de esta tensa parte se ubica en pleno Manhattan, donde Rick Starks reside y consulta. Tal como reza la contraportada de este paperback, el psicópata reta al psicoanalista a averiguar su identidad, de lo contrario deberá suicidarse si no quiere ver a terceros afectados.
Rick Starks pretende, al principio, darle la vuelta al asunto e intentar zafarse de tan desquiciado juego, pero ve con horror que, efectivamente, gente en derredor suyo es amenazada o muere. Al mismo tiempo, su vida llena de hábitos altamente predecibles (como los de la mayoría de nosotros) es poco a poco alterada con serias invasiones a su espacio físico, a sus finanzas y a su reputación profesional.
El siguiente fragmento describe la zona de la ciudad donde Rick conoce a la detective Riggings, a quien él acude para aclarar el suicidio en las vías del metro de su último paciente. Ella, la detective Riggings, también morirá en circunstancias muy extrañas a la par que el psicópata le recuerda que su tiempo se está acabando. Manhattan, efectivamente, huele mal. Por todos lados, como toda urbe atestada, especialmente cuando pasan de los 70º F.

Las imágenes, los sonidos y los olores de la comisaría de la Noventa y seis con Brodway constituían una ventana a la ciudad a la que él nunca se había asomado y de cuya existencia sólo era vagamente consciente. Nada más entrar se notaba un ligero hedor a orina y vómito que pugnaba con otro más potente a desinfectante, como si alguien hubiese devuelto copiosamente y la posterior limpieza se hubiera hecho sin cuidado y con prisas.

Al final Rick logra dar con los cómplices de su obsesionado psicópata amenazador, y es poniéndolos a ellos en peligro que logra obligarlo a hacerse presente ante él. El psicópata resulta ser quien desde el principio sospechamos y Rick, con esos 53 años que le gritan su falta de juventud y energía en el cuerpo, se enfrenta a él. El siguiente segmento tomado del capítulo final es también alusivo a la temperatura ambiente que merma las funciones corporales.

Mientras Rumplestiltskin farfullaba algo en su lucha contra la inconsciencia que anunciaría la muerte, Ricky se agachó e hizo un esfuerzo para levantarlo del suelo y, con el mayor impulso que pudo, se lo cargó al hombro al modo de los bomberos. Se enderezó despacio para adaptarse al peso y, reconociendo la ironía de la situación, avanzó tambaleante a través de las ruinas para sacar de los escombros al hombre que quería verlo muerto.  El sudor le escocía los ojos y tenía que esforzarse para dar cada paso. Notó que Rumplestiltskin perdía el conocimiento y oyó cómo su respiración se volvía cada vez más ruidosa y dificultosa, asmática con la cercanía de la muerte. Él, por su parte, inspiraba grandes bocanadas de aire húmedo y se impulsaba con pasos firmes, automáticos, cada uno más difícil que el anterior y de un desafío creciente. Se dijo que era el único modo de lograr la libertad.

Es la parte central del libro, la transición de la primera parte a la segunda que me deja el mejor sabor de boca, lo que a mi gusto hace que el catatónico final de nuestro protagonista se justifique, ¿no lo cree usted así? Si está por iniciar la lectura de este libro, confío en que coincidirá conmigo en opinión.

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.

jueves, 1 de agosto de 2013

Ensayo sobre la lucidez – José Saramago





Comenzaré por contarle el final de este mi primer libro leído en formato electrónico. Si bien me costó las primeras 30 páginas acostumbrarme a leer en la pantalla de un Samsung messenger phone, en cuanto me familiaricé con la ruta de llegada a los documentos pdf almacenados en su tarjeta de memoria, lo de menos era buscar en dónde me había quedado, pues fue un libro altamente devorable.
Ensayo sobre la lucidez termina con un asesinato, el asesinato de La Mujer del Médico.
La Mujer del Médico, personaje que no aparece desde el principio, es conocida en Ensayo sobre la lucidez como “la mujer que no cegó” en esa epidemia de ceguera blanca que cuatro años atrás colapsó a esta imaginaria nación en un episodio anterior dentro de los anales de su historia. A ella la tienen que matar. Y la matan. Los autores de tan horrible acto son muchos, pero los llamaremos el Estado, y es dentro del Estado que el resto de los personajes se mueve. Algunos de ellos son el hombre de la corbata azul con pintas blancas, el comisario, el ministro del interior, el alcalde, el presidente y más ministros (de justicia, de cultura, de defensa, etc.). Diríamos los que así pensamos de políticos y política, pura gente fina y de buenas costumbres. Este crimen se sustenta en la necedad del Estado de encontrar un culpable, un conspirador. Y es que a su juicio no puede ser de otra manera. ¿En qué cabeza cabe que 70 por ciento de la ciudad hubiera emitido su voto en blanco? Y eso en una primera ronda, pues en la repetición del escrutinio “las personas que votaron en blanco representaban el ochenta y tres por ciento de la totalidad de la población”.
Una auténtica paranoia es lo que vive el Estado, y los medios de comunicación por añadidura. El Estado se vuelca en echar mano de toda suerte de recursos imaginables para sacarle a la población la verdad, por la buena o por la mala. Todas y cada una de las estrategias se antojan muy familiares y posibles. A continuación dos de mis segmentos favoritos. En el primero no pude evitar la carcajada a media sala de espera para la consulta en el seguro.

“Qué le ha hecho salir de casa a las cuatro para votar, no le parece increíble que todo el mundo haya bajado a la calle al mismo tiempo, oyendo respuestas secas o agresivas como Porque era la hora en que había decidido salir, Como ciudadanos libres, entramos y salimos a la hora que nos apetece, no tenemos que dar explicaciones a nadie sobre las razones de nuestros actos, Cuánto le pagan por hacer preguntas estúpidas, A quién le importa la hora en que salgo o no salgo de casa, En qué ley está escrito que tengo obligación de atender a su pregunta, Sólo hablo en presencia de mi abogado. También hubo algunas personas bien educadas que respondieron sin la reprensora acrimonia de los ejemplos que acabamos de dar, pero incluso ésas fueron incapaces de satisfacer la ávida curiosidad periodística, se limitaban a encogerse de hombros diciendo, Tengo el máximo respeto por su trabajo y nada me gustaría más que ayudarle a publicar una buena noticia, desgraciadamente sólo puedo decirle que miré el reloj, vi que eran las cuatro y le dije a la familia Vamos, es ahora o nunca, Ahora o nunca, por qué, Pues ahí está el quid de la cuestión, me salió así la frase, Piénselo bien, haga un esfuerzo, No merece la pena, pregúntele a otra persona, tal vez ella lo sepa, Ya le he preguntado a cincuenta, Y qué, Ninguna me ha sabido dar respuesta, Pues ya ve...”

El segundo me hizo detener la lectura un rato: no, esto simplemente no puede llegar a pasar, pensé.

“Digamos que puso el arte y yo contribuí con la parte, y que arte y parte juntos me autorizan a afirmar que el voto en blanco es una manifestación de ceguera tan destructiva como la otra, O de lucidez, dijo el ministro de justicia, Qué, preguntó el ministro del interior creyendo haber oído mal, Digo que el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado, Cómo se atreve, en pleno consejo de gobierno, a pronunciar semejante barbaridad antidemocrática, debería darle vergüenza, ni parece un ministro de justicia, estalló el de defensa, Me pregunto si alguna vez habré sido tan ministro de la justicia, o de justicia, como en este momento, Un poco más y todavía me va a hacer creer que votó en blanco, observó el ministro del interior irónicamente, No, no voté en blanco, pero lo pensaré en la próxima ocasión. Cuando el murmullo escandalizado resultante de esta declaración comenzó a disminuir, una pregunta del primer ministro lo cortó de golpe, Es consciente de lo que acaba de decir, Tan consciente que deposito en sus manos el cargo que me fue confiado, presento mi dimisión, respondió el que ya no era ni ministro ni de justicia. El presidente de la república empalideció, parecía un harapo que alguien distraídamente hubiera dejado en el respaldo del sillón y luego se olvidara…”

Espero que haya disfrutado de su resumen, peladito y en la boca.