De este chonchito libro que fue ideal para largos viajes en autobús,
filas para trámites y esperas para citas médicas le contaré el principio y el
final.
Este fabuloso thriller de profusa descripción se divide en dos partes.
La primera parte se titula “Una carta amenazadora”, la segunda se llama “El
hombre que nunca existió”. En la primera
parte conocemos al protagonista, el doctor psicoanalista Fredrerick Starks; a
Robert Zimmerman, el último paciente que atendió; Virgil, la bella mujer joven
que llega a confirmar las amenazas de la carta enviada por un tal
Rumplestiltskin. Toda la acción de esta tensa parte se ubica en pleno
Manhattan, donde Rick Starks reside y consulta. Tal como reza la contraportada
de este paperback, el psicópata reta al psicoanalista a averiguar su identidad,
de lo contrario deberá suicidarse si no quiere ver a terceros afectados.
Rick Starks pretende, al principio, darle la vuelta al asunto e intentar zafarse de tan desquiciado juego, pero ve con horror que, efectivamente, gente
en derredor suyo es amenazada o muere. Al mismo tiempo, su vida llena de
hábitos altamente predecibles (como los de la mayoría de nosotros) es poco a
poco alterada con serias invasiones a su espacio físico, a sus finanzas y a su
reputación profesional.
El siguiente fragmento describe la zona de la ciudad donde Rick conoce a
la detective Riggings, a quien él acude para aclarar el suicidio en las vías
del metro de su último paciente. Ella, la detective Riggings, también morirá en
circunstancias muy extrañas a la par que el psicópata le recuerda que su tiempo
se está acabando. Manhattan, efectivamente, huele mal. Por todos lados, como
toda urbe atestada, especialmente cuando pasan de los 70º F.
Las imágenes, los
sonidos y los olores de la comisaría de la Noventa y seis con Brodway
constituían una ventana a la ciudad a la que él nunca se había asomado y de
cuya existencia sólo era vagamente consciente. Nada más entrar se notaba un
ligero hedor a orina y vómito que pugnaba con otro más potente a desinfectante,
como si alguien hubiese devuelto copiosamente y la posterior limpieza se
hubiera hecho sin cuidado y con prisas.
Al final Rick logra dar con los cómplices de su obsesionado psicópata
amenazador, y es poniéndolos a ellos en peligro que logra obligarlo a hacerse
presente ante él. El psicópata resulta ser quien desde el principio sospechamos
y Rick, con esos 53 años que le gritan su falta de juventud y energía en el
cuerpo, se enfrenta a él. El siguiente segmento tomado del capítulo final es
también alusivo a la temperatura ambiente que merma las funciones corporales.
Mientras Rumplestiltskin
farfullaba algo en su lucha contra la inconsciencia que anunciaría la muerte,
Ricky se agachó e hizo un esfuerzo para levantarlo del suelo y, con el mayor
impulso que pudo, se lo cargó al hombro al modo de los bomberos. Se enderezó
despacio para adaptarse al peso y, reconociendo la ironía de la situación,
avanzó tambaleante a través de las ruinas para sacar de los escombros al hombre
que quería verlo muerto. El sudor le
escocía los ojos y tenía que esforzarse para dar cada paso. Notó que
Rumplestiltskin perdía el conocimiento y oyó cómo su respiración se volvía cada
vez más ruidosa y dificultosa, asmática con la cercanía de la muerte. Él, por
su parte, inspiraba grandes bocanadas de aire húmedo y se impulsaba con pasos
firmes, automáticos, cada uno más difícil que el anterior y de un desafío
creciente. Se dijo que era el único modo de lograr la libertad.
Es la parte central del libro, la transición de la primera parte a la
segunda que me deja el mejor sabor de boca, lo que a mi gusto hace que el
catatónico final de nuestro protagonista se justifique, ¿no lo cree usted así?
Si está por iniciar la lectura de este libro, confío en que coincidirá conmigo
en opinión.
Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.
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