jueves, 1 de agosto de 2013

Ensayo sobre la lucidez – José Saramago





Comenzaré por contarle el final de este mi primer libro leído en formato electrónico. Si bien me costó las primeras 30 páginas acostumbrarme a leer en la pantalla de un Samsung messenger phone, en cuanto me familiaricé con la ruta de llegada a los documentos pdf almacenados en su tarjeta de memoria, lo de menos era buscar en dónde me había quedado, pues fue un libro altamente devorable.
Ensayo sobre la lucidez termina con un asesinato, el asesinato de La Mujer del Médico.
La Mujer del Médico, personaje que no aparece desde el principio, es conocida en Ensayo sobre la lucidez como “la mujer que no cegó” en esa epidemia de ceguera blanca que cuatro años atrás colapsó a esta imaginaria nación en un episodio anterior dentro de los anales de su historia. A ella la tienen que matar. Y la matan. Los autores de tan horrible acto son muchos, pero los llamaremos el Estado, y es dentro del Estado que el resto de los personajes se mueve. Algunos de ellos son el hombre de la corbata azul con pintas blancas, el comisario, el ministro del interior, el alcalde, el presidente y más ministros (de justicia, de cultura, de defensa, etc.). Diríamos los que así pensamos de políticos y política, pura gente fina y de buenas costumbres. Este crimen se sustenta en la necedad del Estado de encontrar un culpable, un conspirador. Y es que a su juicio no puede ser de otra manera. ¿En qué cabeza cabe que 70 por ciento de la ciudad hubiera emitido su voto en blanco? Y eso en una primera ronda, pues en la repetición del escrutinio “las personas que votaron en blanco representaban el ochenta y tres por ciento de la totalidad de la población”.
Una auténtica paranoia es lo que vive el Estado, y los medios de comunicación por añadidura. El Estado se vuelca en echar mano de toda suerte de recursos imaginables para sacarle a la población la verdad, por la buena o por la mala. Todas y cada una de las estrategias se antojan muy familiares y posibles. A continuación dos de mis segmentos favoritos. En el primero no pude evitar la carcajada a media sala de espera para la consulta en el seguro.

“Qué le ha hecho salir de casa a las cuatro para votar, no le parece increíble que todo el mundo haya bajado a la calle al mismo tiempo, oyendo respuestas secas o agresivas como Porque era la hora en que había decidido salir, Como ciudadanos libres, entramos y salimos a la hora que nos apetece, no tenemos que dar explicaciones a nadie sobre las razones de nuestros actos, Cuánto le pagan por hacer preguntas estúpidas, A quién le importa la hora en que salgo o no salgo de casa, En qué ley está escrito que tengo obligación de atender a su pregunta, Sólo hablo en presencia de mi abogado. También hubo algunas personas bien educadas que respondieron sin la reprensora acrimonia de los ejemplos que acabamos de dar, pero incluso ésas fueron incapaces de satisfacer la ávida curiosidad periodística, se limitaban a encogerse de hombros diciendo, Tengo el máximo respeto por su trabajo y nada me gustaría más que ayudarle a publicar una buena noticia, desgraciadamente sólo puedo decirle que miré el reloj, vi que eran las cuatro y le dije a la familia Vamos, es ahora o nunca, Ahora o nunca, por qué, Pues ahí está el quid de la cuestión, me salió así la frase, Piénselo bien, haga un esfuerzo, No merece la pena, pregúntele a otra persona, tal vez ella lo sepa, Ya le he preguntado a cincuenta, Y qué, Ninguna me ha sabido dar respuesta, Pues ya ve...”

El segundo me hizo detener la lectura un rato: no, esto simplemente no puede llegar a pasar, pensé.

“Digamos que puso el arte y yo contribuí con la parte, y que arte y parte juntos me autorizan a afirmar que el voto en blanco es una manifestación de ceguera tan destructiva como la otra, O de lucidez, dijo el ministro de justicia, Qué, preguntó el ministro del interior creyendo haber oído mal, Digo que el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado, Cómo se atreve, en pleno consejo de gobierno, a pronunciar semejante barbaridad antidemocrática, debería darle vergüenza, ni parece un ministro de justicia, estalló el de defensa, Me pregunto si alguna vez habré sido tan ministro de la justicia, o de justicia, como en este momento, Un poco más y todavía me va a hacer creer que votó en blanco, observó el ministro del interior irónicamente, No, no voté en blanco, pero lo pensaré en la próxima ocasión. Cuando el murmullo escandalizado resultante de esta declaración comenzó a disminuir, una pregunta del primer ministro lo cortó de golpe, Es consciente de lo que acaba de decir, Tan consciente que deposito en sus manos el cargo que me fue confiado, presento mi dimisión, respondió el que ya no era ni ministro ni de justicia. El presidente de la república empalideció, parecía un harapo que alguien distraídamente hubiera dejado en el respaldo del sillón y luego se olvidara…”

Espero que haya disfrutado de su resumen, peladito y en la boca.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario