martes, 24 de septiembre de 2013

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina MILLENNIUM 2– Stieg Larsson




 
De la famosa trilogía Millennium, éste segundo libro leído en formato electrónico es el que más me ha gustado. Seguramente porque me parece que de los tres libros éste es el que centra toda su atención en Lisbeth Salander; en su frialdad, en su ácida cordura, en su sonrisa torcida, en su portentosa rapidez para el aprendizaje, en su engañosa fragilidad y en su derecho irrevocable a ser quien y como ella quiera ser.

El libro se divide en cuatro trepidantes partes: Ecuaciones irregulares, From Russia with love, Ecuaciones absurdas y Terminator mode. Cada una de estas partes adereza el título con una brevísima referencia a una de las cosas que disfruté mucho en secundaria: ecuaciones. Lisbeth adquirió el libro Dimensions in Mathematics en su impulso y fascinación por conocer más sobre la astronomía esférica. Y este libro le acompaña en su solitario recorrido por distintos países luego de haberse ido de Suecia sin dejar rastro, con una cuantiosa fortuna en coronas suecas fruto, propiamente dicho, de su duro trabajo como investigadora en el caso Wennerström. A este viaje de Lisbeth por algunos puntos del globo y de nuestro viaje por su compleja severidad y por debajo de su dura coraza le antecede un revelador prólogo, que nos servirá para concederle razón en casi todas sus formas de proceder. Como una solución al teorema de Fermat que a ella tanto le fascinó.

A continuación le despliego un segmento de cada una de esas cuatro partes. En el primer segmento tenemos al tatuado abogado que odia a su ex-tutelada con sobrada vehemencia.

Bjurman regresó al archivo de la comisión de tutelaje. Esta vez no pidió ver la documentación sobre Lisbeth Salander sino la descripción del cometido de Palmgren, algo determinado por la propia comisión. Se la dieron y, a primera vista, resultó decepcionante. Dos páginas de escasa información. La madre de Lisbeth Salander ya no era capaz de ocuparse de sus hijas. A causa de las especiales circunstancias, las hijas tuvieron que ser separadas. Camilla Salander fue entregada, por mediación de los servicios sociales, a una familia de acogida. Lisbeth Salander ingresó en la unidad de psiquiatría infantil de Sankt Stefan. No se consideró otra alternativa.
¿Por qué? Había una frase críptica: «Debido a los acontecimientos del 120391, la comisión de los servicios sociales ha decidido que...». Luego otra referencia al número de registro de las misteriosas y confidenciales pesquisas policiales. Pero esta vez había un detalle más: el nombre del policía encargado de la investigación.
Estupefacto, el abogado Nils Bjurman se quedó mirando el nombre. Era un nombre que conocía. Y muy bien.
Las cosas cobraban otra dimensión.

Todos venimos de una familia. En el segundo segmento conocemos a la familia cercana de Lisbeth Salander.

El nombre de su madre era Agneta Sofia Salander. Los últimos catorce años de su vida habían estado marcados por una sucesión de pequeños derrames cerebrales que le impidieron cuidar de sí misma y realizar sus actividades cotidianas. Hubo períodos en los que no fue posible comunicarse con ella y en los cuales, incluso, le resultó difícil reconocer a Lisbeth.
Pensar en su madre siempre le producía una sensación de desamparo y la sumía en la más absoluta oscuridad. En su adolescencia albergó, durante mucho tiempo, la esperanza de que se curara y de poder establecer algún tipo de relación con ella. Siempre supo que eso no ocurriría jamás.
La madre de Lisbeth era delgada y bajita pero, ni de lejos, tan anoréxica como ella. Al contrario, era realmente guapa y estaba bien proporcionada. Al igual que la hermana de Lisbeth.
Camilla.
Lisbeth no quería pensar en su hermana.
A Lisbeth se le antojaba una ironía del destino que ella y su hermana fueran tan drásticamente distintas. Eran gemelas, nacidas con un intervalo de veinte minutos.
Lisbeth era la primogénita. Camilla era guapa.
Resultaban tan diferentes que era increíble que se hubieran formado en el mismo útero. Si algo del código genético de Lisbeth Salander no hubiera fallado, ella también habría tenido exactamente la misma deslumbrante belleza que su hermana.
Y con toda seguridad habría sido igual de tonta… Desde que tenían doce años y ocurrió Todo Lo Malo se criaron en diferentes familias de acogida. No se habían visto desde que había cumplido los diecisiete y, en aquella ocasión, Lisbeth terminó con un ojo morado y Camilla con un labio partido. Lisbeth desconocía el paradero actual de Camilla, pero tampoco había hecho ningún esfuerzo por averiguarlo.

Lisbeth deposita en un reducido número de personas todos sus afectos. Y que estas personas se vean lastimadas por su causa la pone en un estado de furia escepcional. Este es nuestro tercer segmento:

El domingo por la mañana, cuando conectó su PowerBook y leyó todas las tonterías que habían escrito sobre Miriam Wu, Lisbeth enfureció. Se sintió miserable y le invadieron los remordimientos. No se había dado cuenta de hasta qué punto iban a atacar a Mimmi. Y el único delito de Mimmi consistía en ser... ¿conocida?, ¿amiga?, ¿amante?, de Lisbeth.
... Tras el acoso mediático del que estaba siendo víctima, dudaba que Mimmi quisiera volver a tener algo que ver con esa loca psicótica llamada Lisbeth Salander.
Le daba rabia.
... La lista de personas a las que Lisbeth tenía intención de someter a tratamiento empezaba a ser bastante larga.
Pero primero debía encontrar a Zala.
No sabía con exactitud qué sucedería cuando diera con él.

De la cuarta parte disfrutaremos del irreversible encuentro familiar: Lisbeth, su odiado padre (siempre el padre) y un hermano con analgesia. Un pavoroso escenario.

Ella también sintió cómo el fuerte latigazo eléctrico atravesaba el brazo con el que Niedermann la tenía agarrada. Daba por descontado que él se iba a desplomar de dolor; en cambio, bajó la mirada y contempló a Lisbeth con una expresión de desconcierto. Los ojos de Lisbeth Salander se abrieron de par en par; estaba perpleja. Resultaba obvio que él había experimentado una sensación incómoda, pero en absoluto dolor. «Este tío no es normal.»
Niedermann se inclinó, le quitó la pistola eléctrica y la examinó intrigado. Luego, le dio una bofetada con toda la mano. Fue como si la hubiese golpeado con un mazo. Ella se derrumbó sobre el suelo, ante el sofá. Levantó la vista y sus ojos se toparon con los de Niedermann. La observaba lleno de curiosidad, como si se preguntara qué sería lo próximo que haría Lisbeth. Como un gato que se prepara para jugar con su presa.
En ese momento, ella intuyó un movimiento en una puerta del fondo de la estancia. Volvió la cabeza.
Lentamente, él avanzó hacia la luz.
Se ayudaba de un bastón; Lisbeth vio la prótesis que le asomaba por la pernera.
Su mano izquierda era un muñón atrofiado al que le faltaban un par de dedos.
Alzó la mirada y contempló su cara. La mitad izquierda era un patchwork de cicatrices dejadas por las quemaduras. No tenía cejas y su oreja no era más que un resto de cartílago. Estaba calvo. Lo recordaba como un hombre atlético y viril, de pelo moreno rizado. Medía un metro sesenta y cinco y estaba demacrado.
—Hola, papá —dijo Lisbeth con un tono inexpresivo.
Alexander Zalachenko observó a su hija con la misma expresión ausente.
 ...
La segunda bala le alcanzó la espalda y fue a parar a su omoplato izquierdo. Un agudo y paralizante dolor le recorrió el cuerpo.
Cayó de rodillas. Durante unos segundos, fue incapaz de moverse. Era consciente de que Zalachenko estaba a su espalda, a unos seis metros. Obstinada, se puso de pie con un último esfuerzo y dio un tambaleante paso hacia la cortina de arbustos protectores.
Zalachenko tuvo tiempo de apuntar.
La tercera bala impactó a dos centímetros detrás de la parte superior de su oreja. Le perforó el hueso parietal y ocasionó una telaraña de fisuras radiales en el cráneo. Continuó su trayectoria hasta acabar descansando en la materia gris a unos cuatro centímetros por debajo de la corteza cerebral.
Para Lisbeth Salander la descripción médica habría sido puramente académica. En términos prácticos, la bala le provocó un trauma masivo inmediato. Su última percepción fue un shock de color rojo ardiente que se convirtió en una luz blanca.
Luego oscuridad.
Clic…
 ...
Con la mano derecha, Lisbeth se hizo con el hacha que estaba colgada de un clavo en el tajo un segundo antes de que Alexander Zalachenko entrara. No tenía fuerzas para levantarla por encima de su cabeza, de modo que, cogiéndola con una mano, tomó impulso y, de abajo arriba, describió con ella una curva mientras que, apoyándose sobre la cadera ilesa, giraba el'cuerpo.
Justo cuando Zalachenko le dio al interruptor de la luz, el filo del hacha se adentró diagonalmente en la parte derecha de su cara, destrozándole el hueso maxilar y penetrando unos milímetros en el frontal. No le dio tiempo a comprender lo que estaba ocurriendo. Un segundo despues su cerebro registró el dolor y se puso a aullar como un poseso…

Como estoy prácticamente segura de que también disfrutó de esta historia en su versión cinematográfica (sueca, por supuesto), le regalo el gran final:

Con Zalachenko en la caseta y Niedermann atado en la carretera de Sollebrunn, Mikael atravesó el patio hasta la casa principal. Tal vez hubiera una desconocida tercera persona que podría representar un peligro, pero la casa le pareció desierta, casi deshabitada. Apuntó al suelo con el arma y, con mucho cuidado, abrió la puerta exterior. Entró en un vestíbulo oscuro y vio un haz de luz que procedía de la cocina. Lo único que pudo oír fue el tictac de un reloj de pared. Al llegar a la puerta, descubrió de inmediato a Lisbeth Salander tumbada encima de un banco.
Por un instante, se quedó como paralizado contemplando su cuerpo maltrecho. Notó que en la mano —que colgaba flácida— llevaba una pistola. Se acercó y se puso de rodillas. Pensó en cómo había encontrado a Dag y Mia y, por un segundo, creyó que Lisbeth estaba muerta. Luego vio un pequeño movimiento en su caja torácica y percibió una débil y bronca respiración.
Alargó la mano y, cuidadosamente, le empezó a quitar el arma. De pronto, Lisbeth la agarró con más fuerza. Sus ojos se abrieron formando dos delgadas líneas y miraron a Mikael durante unos largos segundos. Su mirada estaba desenfocada. Después, él la oyó murmurar unas palabras en voz tan baja que apenas pudo percibirlas.
—Kalle Blomkvist de los Cojones.
Cerró los ojos y soltó la pistola. Mikael puso el arma en el suelo, sacó el móvil y marcó el número de emergencias.

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario