De la famosa trilogía Millennium, éste segundo libro leído en formato electrónico es
el que más me ha gustado. Seguramente porque me parece que de los tres libros
éste es el que centra toda su atención en Lisbeth Salander; en su frialdad, en
su ácida cordura, en su sonrisa torcida, en su portentosa rapidez para el
aprendizaje, en su engañosa fragilidad y en su derecho irrevocable a ser quien
y como ella quiera ser.
El libro se divide en cuatro trepidantes partes:
Ecuaciones irregulares, From Russia with
love, Ecuaciones absurdas y Terminator
mode. Cada una de estas partes adereza el título con una brevísima
referencia a una de las cosas que disfruté mucho en secundaria: ecuaciones. Lisbeth
adquirió el libro Dimensions in
Mathematics en su impulso y fascinación por conocer más sobre la astronomía
esférica. Y este libro le acompaña en su solitario recorrido por distintos países
luego de haberse ido de Suecia sin dejar rastro, con una cuantiosa fortuna en
coronas suecas fruto, propiamente dicho, de su duro trabajo como investigadora
en el caso Wennerström. A este viaje de Lisbeth por algunos puntos del globo y
de nuestro viaje por su compleja severidad y por debajo de su dura coraza le
antecede un revelador prólogo, que nos servirá para concederle razón en casi
todas sus formas de proceder. Como una solución al teorema de Fermat que a ella
tanto le fascinó.
A continuación le despliego un segmento de cada una de
esas cuatro partes. En el primer segmento tenemos al tatuado abogado que odia a
su ex-tutelada con sobrada vehemencia.
Bjurman
regresó al archivo de la comisión de tutelaje. Esta vez no pidió ver la
documentación sobre Lisbeth Salander sino la descripción del cometido de
Palmgren, algo determinado por la propia comisión. Se la dieron y, a primera
vista, resultó decepcionante. Dos páginas de escasa información. La madre de
Lisbeth Salander ya no era capaz de ocuparse de sus hijas. A causa de las
especiales circunstancias, las hijas tuvieron que ser separadas. Camilla
Salander fue entregada, por mediación de los servicios sociales, a una familia
de acogida. Lisbeth Salander ingresó en la unidad de psiquiatría infantil de
Sankt Stefan. No se consideró otra alternativa.
¿Por
qué? Había una frase críptica: «Debido a los acontecimientos del 120391, la
comisión de los servicios sociales ha decidido que...». Luego otra referencia
al número de registro de las misteriosas y confidenciales pesquisas policiales.
Pero esta vez había un detalle más: el nombre del policía encargado de la
investigación.
Estupefacto,
el abogado Nils Bjurman se quedó mirando el nombre. Era un nombre que conocía.
Y muy bien.
Las
cosas cobraban otra dimensión.
Todos venimos de una familia. En el segundo segmento
conocemos a la familia cercana de Lisbeth Salander.
El
nombre de su madre era Agneta Sofia Salander. Los últimos catorce años de su
vida habían estado marcados por una sucesión de pequeños derrames cerebrales
que le impidieron cuidar de sí misma y realizar sus actividades cotidianas. Hubo
períodos en los que no fue posible comunicarse con ella y en los cuales,
incluso, le resultó difícil reconocer a Lisbeth.
Pensar
en su madre siempre le producía una sensación de desamparo y la sumía en la más
absoluta oscuridad. En su adolescencia albergó, durante mucho tiempo, la
esperanza de que se curara y de poder establecer algún tipo de relación con
ella. Siempre supo que eso no ocurriría jamás.
La
madre de Lisbeth era delgada y bajita pero, ni de lejos, tan anoréxica como
ella. Al contrario, era realmente guapa y estaba bien proporcionada. Al igual
que la hermana de Lisbeth.
Camilla.
Lisbeth
no quería pensar en su hermana.
A
Lisbeth se le antojaba una ironía del destino que ella y su hermana fueran tan
drásticamente distintas. Eran gemelas, nacidas con un intervalo de veinte
minutos.
Lisbeth
era la primogénita. Camilla era guapa.
Resultaban
tan diferentes que era increíble que se hubieran formado en el mismo útero. Si
algo del código genético de Lisbeth Salander no hubiera fallado, ella también
habría tenido exactamente la misma deslumbrante belleza que su hermana.
Y
con toda seguridad habría sido igual de tonta… Desde que tenían doce años y
ocurrió Todo Lo Malo se criaron en diferentes familias de acogida. No se habían
visto desde que había cumplido los diecisiete y, en aquella ocasión, Lisbeth
terminó con un ojo morado y Camilla con un labio partido. Lisbeth desconocía el
paradero actual de Camilla, pero tampoco había hecho ningún esfuerzo por
averiguarlo.
Lisbeth deposita en un reducido número de personas
todos sus afectos. Y que estas personas se vean lastimadas por su causa la pone
en un estado de furia escepcional. Este es nuestro tercer segmento:
El
domingo por la mañana, cuando conectó su PowerBook y leyó todas las tonterías
que habían escrito sobre Miriam Wu, Lisbeth enfureció. Se sintió miserable y le
invadieron los remordimientos. No se había dado cuenta de hasta qué punto iban
a atacar a Mimmi. Y el único delito de Mimmi consistía en ser... ¿conocida?,
¿amiga?, ¿amante?, de Lisbeth.
... Tras el acoso mediático del que estaba siendo víctima, dudaba
que Mimmi quisiera volver a tener algo que ver con esa loca psicótica llamada
Lisbeth Salander.
Le
daba rabia.
... La
lista de personas a las que Lisbeth tenía intención de someter a tratamiento
empezaba a ser bastante larga.
Pero
primero debía encontrar a Zala.
No
sabía con exactitud qué sucedería cuando diera con él.
De la cuarta parte disfrutaremos del irreversible
encuentro familiar: Lisbeth, su odiado padre (siempre el padre) y un hermano
con analgesia. Un pavoroso escenario.
Ella
también sintió cómo el fuerte latigazo eléctrico atravesaba el brazo con el que
Niedermann la tenía agarrada. Daba por descontado que él se iba a desplomar de
dolor; en cambio, bajó la mirada y contempló a Lisbeth con una expresión de
desconcierto. Los ojos de Lisbeth Salander se abrieron de par en par; estaba
perpleja. Resultaba obvio que él había experimentado una sensación incómoda,
pero en absoluto dolor. «Este tío no es normal.»
Niedermann
se inclinó, le quitó la pistola eléctrica y la examinó intrigado. Luego, le dio
una bofetada con toda la mano. Fue como si la hubiese golpeado con un mazo.
Ella se derrumbó sobre el suelo, ante el sofá. Levantó la vista y sus ojos se
toparon con los de Niedermann. La observaba lleno de curiosidad, como si se
preguntara qué sería lo próximo que haría Lisbeth. Como un gato que se prepara
para jugar con su presa.
En
ese momento, ella intuyó un movimiento en una puerta del fondo de la estancia.
Volvió la cabeza.
Lentamente,
él avanzó hacia la luz.
Se
ayudaba de un bastón; Lisbeth vio la prótesis que le asomaba por la pernera.
Su
mano izquierda era un muñón atrofiado al que le faltaban un par de dedos.
Alzó
la mirada y contempló su cara. La mitad izquierda era un patchwork de
cicatrices dejadas por las quemaduras. No tenía cejas y su oreja no era más que
un resto de cartílago. Estaba calvo. Lo recordaba como un hombre atlético y
viril, de pelo moreno rizado. Medía un metro sesenta y cinco y estaba
demacrado.
—Hola,
papá —dijo Lisbeth con un tono inexpresivo.
Alexander
Zalachenko observó a su hija con la misma expresión ausente.
...
La segunda bala le
alcanzó la espalda y fue a parar a su omoplato izquierdo. Un agudo y
paralizante dolor le recorrió el cuerpo.
Cayó de rodillas. Durante
unos segundos, fue incapaz de moverse. Era consciente de que Zalachenko estaba
a su espalda, a unos seis metros. Obstinada, se puso de pie con un último
esfuerzo y dio un tambaleante paso hacia la cortina de arbustos protectores.
Zalachenko tuvo tiempo
de apuntar.
La tercera bala impactó
a dos centímetros detrás de la parte superior de su oreja. Le perforó el hueso
parietal y ocasionó una telaraña de fisuras radiales en el cráneo. Continuó su
trayectoria hasta acabar descansando en la materia gris a unos cuatro
centímetros por debajo de la corteza cerebral.
Para Lisbeth Salander la
descripción médica habría sido puramente académica. En términos prácticos, la
bala le provocó un trauma masivo inmediato. Su última percepción fue un shock
de color rojo ardiente que se convirtió en una luz blanca.
Luego oscuridad.
Clic…
...
Con la mano derecha,
Lisbeth se hizo con el hacha que estaba colgada de un clavo en el tajo un
segundo antes de que Alexander Zalachenko entrara. No tenía fuerzas para
levantarla por encima de su cabeza, de modo que, cogiéndola con una mano, tomó
impulso y, de abajo arriba, describió con ella una curva mientras que,
apoyándose sobre la cadera ilesa, giraba el'cuerpo.
Justo cuando Zalachenko
le dio al interruptor de la luz, el filo del hacha se adentró diagonalmente en
la parte derecha de su cara, destrozándole el hueso maxilar y penetrando unos
milímetros en el frontal. No le dio tiempo a comprender lo que estaba
ocurriendo. Un segundo despues su cerebro registró el dolor y se puso a aullar como
un poseso…
Como estoy prácticamente segura de que también
disfrutó de esta historia en su versión cinematográfica (sueca, por supuesto),
le regalo el gran final:
Con Zalachenko en la
caseta y Niedermann atado en la carretera de Sollebrunn, Mikael atravesó el
patio hasta la casa principal. Tal vez hubiera una desconocida tercera persona
que podría representar un peligro, pero la casa le pareció desierta, casi
deshabitada. Apuntó al suelo con el arma y, con mucho cuidado, abrió la puerta
exterior. Entró en un vestíbulo oscuro y vio un haz de luz que procedía de la
cocina. Lo único que pudo oír fue el tictac de un reloj de pared. Al llegar a
la puerta, descubrió de inmediato a Lisbeth Salander tumbada encima de un
banco.
Por un instante, se
quedó como paralizado contemplando su cuerpo maltrecho. Notó que en la mano
—que colgaba flácida— llevaba una pistola. Se acercó y se puso de rodillas.
Pensó en cómo había encontrado a Dag y Mia y, por un segundo, creyó que Lisbeth
estaba muerta. Luego vio un pequeño movimiento en su caja torácica y percibió
una débil y bronca respiración.
Alargó la mano y,
cuidadosamente, le empezó a quitar el arma. De pronto, Lisbeth la agarró con
más fuerza. Sus ojos se abrieron formando dos delgadas líneas y miraron a
Mikael durante unos largos segundos. Su mirada estaba desenfocada. Después, él
la oyó murmurar unas palabras en voz tan baja que apenas pudo percibirlas.
—Kalle Blomkvist de los
Cojones.
Cerró los ojos y soltó
la pistola. Mikael puso el arma en el suelo, sacó el móvil y marcó el número de
emergencias.
Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en
la boca.
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