La reina en el palacio de las corrientes
de aire MILLENNIUM 3 – Stieg Larsson
Mi tercer libro
electrónico, la pantalla de un Nokia Lumia de reservadas características era
suficiente. Sólo rogar porque hubiera red para poder abrirlo desde Dropbox.
Tercer y último libro de la serie Millenium, pues Stieg Larsson murió en el año
2004, precisamente por estas fechas. Lisbeth Salander libra batalla tras
batalla para salir victoriosa de esta guerra en la que, como sabemos de nuestro
libro anterior, ha sido acusada de tres asesinatos. Absolutamente todo lo que en
ella se manifiesta es usado en su contra: su personalidad poco sociable, su
indumentaria, sus preferencias sexuales, sus inexpresivos silencios y su declaración
de incapacidad a raíz de un pasado tachado de violento. En su contra operan los
miembros de la desaparecida Sección, el psicoanalista infantil Peter Teleborian
y el ingenuo fiscal Ekström. De su lado se encuentra, obvio, Mikael, quien ha
rogado a su hermana Annika y a Lisbeth aceptar fungir como abogada y clienta en
el caso que se les avecina una vez que Lisbeth logre salir del hospital en el
que los miembros de la Sección han rematado a su malherido padre, Alexander
Zalachenko, y donde han intentado matarla también a ella. Durante su estancia en el
hospital y una vez que puede incorporarse y mantenerse sentada en su cama, se
ocupa, de la mano de sus amigos de Hacker
Republic, de preparar su declaración, de investigar a su odiado
psicoanalista de la infancia y de resolver el caso de acoso cibernético y físico
del que Erika Berger es objeto. Por si fuera poco, se da el tiempo de leer
revistas de investigación en genética avanzada que le consigue el doctor Anders
Jonasson que le ha sacado la bala del cerebro.
El libro se
divide en tres partes: Incidente en un pasillo, Hacker Republic y Disc crash.
Al inicio de cada una de estas partes se cuentan breves reseñas sobre pueblos
de amazonas alrededor del mundo. Aquí un segmento de cada narración:
“A los libros de historia siempre les ha
resultado difícil hablar de las mujeres que no respetan la frontera que existe
entre los sexos. Y en ningún otro momento esa frontera es tan nítida como
cuando se trata de la guerra y del empleo de las armas”.
“También fueron los griegos los que
acuñaron el término amazona. La palabra significa literalmente «sin pecho»
porque, con el objetivo de que a las mujeres les resultara más fácil tensar el
arco, les quitaban el pecho derecho.”
“Sin embargo, el ejército (de amazonas)
de Myrina dejó huella en la región… Esas mujeres eran entrenadas en el manejo
de todo tipo de armas, entre ellas el arco, la jabalina, el hacha y las lanzas…
Rechazaban el matrimonio por considerarlo una sumisión… Sólo la mujer que había matado a un hombre en
la batalla tenía derecho a perder su virginidad.”
A continuación
le ofrezco segmentos de la última parte, Disc
Crash, donde el juicio contra Lisbeth finalmente tiene lugar. En el primer
segmento tenemos el primer interrogatorio realizado por el fiscal Ekström a
Lisbeth Salander.
—Bueno —dijo Ekström con un tono de voz
razonable—. Vayamos directamente a los acontecimientos de la casa de campo del
difunto letrado Bjurman, en las afueras de Stallarholmen, ocurridos el seis de
abril de este mismo año y que constituyen el punto de partida de la exposición
que realicé esta mañana. Intentemos aclarar las razones que la llevaron a ir a
Stallarholmen y pegarle un tiro a Carl-Magnus Lundin.
Ekström intimidó a Lisbeth Salander con
la mirada. Ella siguió sin inmutarse. De repente, el fiscal pareció resignarse.
Hizo un gesto con las manos y pasó a contemplar al presidente del tribunal: al
juez Jórgen Iversen se lo veía pensativo. Acto seguido, miró de reojo a Annika
Giannini, que seguía inmersa en la lectura de sus papeles, ajena por completo a
su entorno.
El juez Iversen carraspeó. Luego se
dirigió a Lisbeth Salander:
—¿Debemos entender su silencio como que
no quiere contestar a las preguntas? —preguntó.
Lisbeth Salander giró la cabeza y se
enfrentó con la mirada del juez Iversen.
—Contestaré con mucho gusto a las
preguntas —le respondió.
El juez Iversen asintió.
—Entonces, ¿por qué no contesta a mi
pregunta? —terció el fiscal Ekström.
Lisbeth Salander volvió a mirar a
Ekström. Permaneció callada.
—¿Hace usted el favor de contestar a la
pregunta? —intervino el juez Iversen.
Lisbeth giró nuevamente la cabeza hacia
el presidente de la sala y arqueó las cejas. Su voz sonó fuerte y clara.
—¿Qué pregunta? Hasta ahora —señaló con
un movimiento de cabeza a Ekström— no ha hecho más que una serie de
afirmaciones no confirmadas. Yo no he oído ninguna pregunta.
Annika Giannini alzó la vista. Puso un
codo en la mesa y apoyó la cara en la mano mostrando un repentino interés con
la mirada.
El fiscal Ekström perdió el hilo durante
unos cuantos segundos.
—¿Puede hacer el favor de repetir la
pregunta? —propuso el juez Iversen.
—Yo le he preguntado si... ¿Fue usted a
la casa de campo que el abogado Bjurman tenía en Stallarholmen con el objetivo
de disparar a Carl-Magnus Lundin?
—No, has dicho que querías aclarar las
razones que me llevaron a ir a Stallarholmen y pegarle un tiro a Carl-Magnus
Lundin. Eso no es una pregunta. Es una afirmación general en la que te
adelantas a mi respuesta. Yo no soy responsable de las afirmaciones que tú
quieras hacer.
—No sea tan impertinente. Conteste a la
pregunta.
—No.
Silencio.
—¿No?
—Es la respuesta a la pregunta.
Después de haber
interrogado a Lisbeth y a varios testigos, el fiscal Ekström ha llamado a su
testigo estrella, el doctor Peter Teleborian, quien con sobrada confianza en su
conocida reputación dentro el gremio, ha tachado todas las afirmaciones y
acusaciones de Lisbeth de meras fantasías infantiles. El turno es de Annika
para probar que las aseveraciones de Lisbeth son ciertas, y tras develar una
serie de inconsistencias en los dichos de Peter Teleborian sobre el tratamiento
y salud mental de Lisbeth, nuestra abogada de lo familiar ha oprimido el botón
de reproducción del DVD dispuesto en la sala del juicio para consideración del
juez Iversen.
Al cabo de nueve minutos, el juez Iversen
golpeó la mesa con la maza justo en el momento en que el abogado Nils Bjurman
quedaba inmortalizado para la posteridad al introducir violentamente un
consolador en el ano de Lisbeth Salander. Annika Giannini había puesto el
volumen bastante alto. Los gritos medio apagados que Lisbeth dejaba escapar a
través de la cinta adhesiva que cubría su boca resonaron en toda la sala.
-—¡Quite la película! —dijo Iversen con
un tono de voz muy alto y firme.
Annika Giannini pulsó la tecla de stop.
Se encendieron las luces. El juez Iversen se había sonrojado. El fiscal Ekström
se había quedado petrificado. Peter Teleborian estaba lívido.
—Abogada Giannini, ¿qué duración ha dicho
que tiene esa película? —-preguntó el juez Iversen.
—Noventa minutos. La violación
propiamente dicha tuvo lugar repetidamente a lo largo de unas cinco o seis
horas; no obstante, mi clienta recuerda de forma muy vaga la violencia de las
últimas horas.
Annika Giannini se volvió hacia Peter
Teleborian.
—Aunque sí está la escena en la que
Bjurman atraviesa el pezón de mi clienta con una aguja y que el doctor
Teleborian sostiene que es una muestra más de la exagerada fantasía de Lisbeth
Salander. Tiene lugar en el minuto setenta y dos y estoy dispuesta a mostrar
esa escena ahora mismo.
—Gracias, pero no va a ser necesario
—dijo Iversen—. Señorita Salander...
Se quedó callado un segundo sin saber
cómo continuar.
El resto del
juicio transcurre sin contemplaciones. Annika asesta golpe tras golpe. Uno de
estos golpes se refuerza cuando la policía interrumpe el juicio para llevarse a
Peter Teleborian por posesión de más de ocho mil fotografías de pornografía
infantil muy dura que Hacker Republic
habría de descubrir en la computadora personal del psicoanalista y que habrían
de quedar clavadas en la retina de Mikael Blomkvist. Tras el éxito aplastante
del juicio, Annika se ha ofrecido a llevar a Lisbeth a su casa, se han
estacionado y le suplica que no desaparezca pues las cosas no han terminado:
—¿Qué piensas hacer ahora?
—No lo sé. Puedes contactar conmigo por
correo electrónico. Prometo contestar en cuanto pueda, aunque quizá no lo mire
todos los días...
—Tener una abogada no te convierte en
ninguna esclava. De momento, nos contentaremos con eso. Anda, sal del coche:
estoy hecha polvo y quiero irme a casa a dormir.
Lisbeth abrió la puerta y salió. Se
detuvo cuando estaba a punto de cerrar. Dio la impresión de que deseaba decir
algo y no encontraba las palabras. Por un momento, Lisbeth se le antojó a
Annika casi casi vulnerable.
—Está bien —-dijo Annika—. Vete a casa a
descansar. ¡Y no te metas en líos!
Lisbeth Salander se quedó en la acera
siguiendo con la mirada el coche de Annika Giannini hasta que las luces
traseras desaparecieron al doblar la esquina.
—Gracias —-acabó diciendo.
Pero Annika
Giannini tuvo que acosar a Lisbeth para que ésta se ocupara, como mayor de edad
que ahora oficialmente era, de decidir sobre la repartición de bienes antes
propiedad de Zalachenko que le tocaban a ella y a su hermana Camila. Es en uno
de estos inmuebles, donde Lisbeth encuentra al desaparecido Niederman. Después
de hábilmente lograr evadirlo pues sabe que no puede herirlo, logra clavarle
los pies al suelo con un martillo taladro, trepa a una colina fuera del
inmueble y termina su horrenda lucha.
Cuando Sonny Nieminen y sus cómplices
descubrieron que había una puerta abierta en la fachada lateral, ella volvió a
coger su móvil. Escribió un mensaje y lo envió a la central de la policía de
Norrtálje:
EL ASESINO DE POLICÍAS R. NIEDERMANN SE
ENCUENTRA EN LA VJA FÁBRICA DE LADRILLOS CERCA DE LA GASOLINERA OK AFUERAS DE
SKEDERID. ESTÁ A PUNTO DE SER ASESINADO POR S. NIEMINEN & MMBROS DE
SVAVELSJÖ MC. MUJER MUERTA EN PISCINA DE PLNTA BJA.
No pudo ver ningún movimiento en la
fábrica. Cronometró el tiempo.
Mientras esperaba, sacó la tarjeta SIM
del móvil y la destruyó cortándola por la mitad con unas tijeras para las uñas.
Bajó la ventanilla y tiró los trozos al suelo. Luego sacó de la cartera una
tarjeta SIM nueva y la introdujo en el teléfono. Utilizaba tarjetas prepago de
Comviq que resultaban casi imposibles de rastrear. Llamó a Comviq y recargó
quinientas coronas.
Una vez más,
como seguramente también disfrutó de esta historia en su versión
cinematográfica (sueca, por supuesto), le regalo el gran final:
Ella dudó unos segundos. Llevaba dos años
manteniéndose a la mayor distancia posible de Mikael Blomkvist. Aun así, le dio
la sensación de que —bien a través de la red o bien en la vida real— él siempre
acababa pegándose a su vida igual que se pega un chicle a la suela de un
zapato. En la red todo le parecía bien. Allí él no era más que electrones y
letras. En la vida real, delante de su puerta, seguía siendo ese maldito hombre
tan jodidamente atractivo. Y que conocía sus secretos de la misma manera que ella
conocía los de él.
Lo contempló y constató que ya no
albergaba ningún sentimiento hacia él. O al menos no ese tipo de sentimientos.
Lo cierto era que durante el año que
acababa de pasar él había sido un amigo.
Confiaba en él. Quizá. Le irritaba que
una de las pocas personas en las que confiaba fuera un hombre al que evitaba
ver constantemente.
Al final se decidió. Era ridículo hacer
como si él no existiera. Ya no le dolía verlo.
Abrió la puerta y lo dejó entrar de nuevo
en su vida.
Espero que haya
disfrutado su resumen, peladito y en la boca.
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