jueves, 21 de noviembre de 2013



Catching fire – Suzanne Collins

“Don’t worry. I always channel my emotions into my work. That way I don’t hurt anyone but myself.”
Cinna

En carne de quien no ha cumplido 18 años, prácticamente cualquier escenario es terror puro: a esa edad uno siente con todas las vísceras. La poca tolerancia a las miradas sobre uno, las expectativas que creemos que otros tienen de uno, la envidia que nos provoca la natural desenvoltura de otros, la aceptación y magnificación de la propia torpeza, todo esto experimenta Katniss Everdeen a lo largo de las dos primeras partes de este segundo libro: The Spark y The Quell.
Nuestra protagonista se ve envuelta, uno tras otro, en escenarios de terror puro. Desde la malograda comunicación entre ella y su inseparable Gale a su regreso del absurdo reality show donde ha resultado uno de los ganadores, pasando por los inminentes preparativos de boda a los que es literalmente sometida; hasta el anuncio de que volverá al lugar de sus vívidas pesadillas, nada más y nada menos que con los ganadores de las justas anteriores.
La maravilla de Katniss, a mi parecer, es que no es una persona irracionalmente buena y generosa. Como cualquier adolescente, experimenta egoísmo, enojo y miedo que en la mayoría de las ocasiones no encuentra cómo canalizar. Puede llegar un momento en que al lector le parezca incluso mezquina, detestable y anti-heroica, pero bueno, así somos todos. Respondona, impulsiva y solitaria, lo único que parece centrar sus energías es que aquellos a quienes ama se vean en alguna suerte de peligro.

Es obvio que en The Spark, primera parte del libro, nos enteramos que puede haber una posible rebelión, un levantamiento por parte de los sobajados Distritos hacia la insensible Capital. El mismísimo Presidente Snow ha estado de visita en casa de Katniss, con su aliento a sangre fresca y todo, a fin de amedrentar cualquier esfuerzo de su parte por mantener la chispa de un posible levantamiento viva. El segmento que le comparto es el de la gran recepción para los ganadores, luego de haber recorrido cada uno de los Distritos, en la mismísima Capital:

“Why aren’t you eating?” asks Octavia.
“I have been, but I can’t hold another bite,” I say. They all laugh as if that’s the silliest thing they’ve ever heard.
“No one lets that stop them!” says Flavius. They lead uso ver to a table that holds tiny stemmed wineglasses filled with clear liquid. “Drink this!”
Peeta takes one up to take a sip and they lose it.
“Not here!” shriecks Octavia.
“You have to do it there,” says Venia, pointing to doors that lead to the toilets. “Or you’ll get it all over the floor!”
Peeta looks at the glass again and puts it together. “You mean this will make me puke?”
My prep team laughs histerically. “Of course, so you can keep eating,” says Octavia. “I’ve been there twice already. Everyone does it, or else how would you have any fun at a feast?”

En The Quell, Katniss se refugia en el bosque, presa del pánico de volver a pisar siquiera la arena. Es en el bosque donde Bonnie y Twill, fugitivas del Distrito 8 donde empezó la rebelión a tiempo que Peeta le pedía matrimonio en cadena nacional, le informan de su esperanza de encontrar el desaparecido Distrito 13 bajo tierra. Esperanza basada tan sólo en la brevísima escena televisiva en la que un ave cruza el cielo del Distrito 13, siempre la misma. En el centro de entrenamiento, Katniss y Peeta conocen a sus oponentes, Enobaria de dentadura dentada y el adonis Finnick entre ellos. Katniss y Peeta tienen a su disposición los videos de los juegos en los que sus ahora oponentes resultaron ganadores; ven y estudian estos videos como parte de su entrenamiento. En estos videos han visto el sorteo en el que Haymitch es elegido a la par de Maysilee Donner, tía de Madge y gemela de su ahora postrada mamá, ambas gemelas amigas de la mamá de Katniss, a quien Katniss ve en toda su insuperable belleza adolescente. Esta segunda parte del libro cierra justo antes de la entrada de los tributos a la arena, donde cada uno de ellos se encuentra bajo tierra acompañados de su encargado de imagen, Cinna, en el caso de Katniss. Cinna ha prendido el broche de Katniss a su delgadísimo y ajustado traje, dando un paso atrás para permitir que ella quede encerrada en el tubo que la subirá a la superficie de la arena.

Suddenly the door behind him bursts open and three Peacekeepers spring into the room. Two pin Cinna’s arms behind him and cuff him while the third hits him in the temple with such forcé he’s knocked to his knees. But they keep hitting him with metal-studded gloves, opening gashes on his face and body.  I’m screaming my head off, banging on the unyielding glass, trying to reach him. The Peacekeepers ignore me completely as they drag Cinna’s limp body from the room. All that’s left are the smears of blood on the floor.
Sickened and terrified, I feel the plate begin to rise.



En, The Enemy, la competencia propiamente dicha comienza. Katniss y Peeta buscan aliarse con otros competidores, a la par de que muchos de ellos van cayendo en las trampas contenidas en el trazado cíclico y circular de la además reducida arena de estos juegos: un diseño a modo de reloj. En medio de estas alianzas, Katniss confía y desconfía de los demás competidores, al lado de quienes libra batallas contra monos mutantes y contra los tributos considerados como favoritos. De igual manera, se enfrentan a una neblina venenosa que pasma el sistema nervioso y al terror psicológico que les infligen los jabberjays al imitar gritos de auxilio en voces de Annie, Gale y Prim. Mal herida por obra de Johanna, Katniss saca fuerzas para volar el campo de fuerza que envuelve a la arena y aprisiona a los competidores dentro de ella. Una nave ha venido por ella, a la manera en que los tributos muertos son evacuados de la arena. Katniss despierta dentro de la nave donde, aturdida, entubada, dopada y canalizada, ya consiguió írsele encima a Haymitch, quien, al igual que Finnick y Heavensbee viaja dentro de la misma. Katniss, el mockingjay, ha sido exitosamente rescatada, no asi Peeta. Todo parece indicar que él se encuentra en manos de la Capital. A quien Katniss ve al abrir los ojos es a Gale.
Pensando que quizás ya disfrutó de la película incluso antes de su redoblado estreno, le regalo el gran final:

“She is alive. So is your mother. I got them out in time,” he says.
They’re not in District Twelve?” I ask.
“After the Games, they sent in planes. Dropped firebombs.” He hesitates. “Well, you know what happened to the Hob.”
I do know. I saw it go up. That old warehouse embeded with coal dust. The whole district’s covered with the stuff. A new kind of horror begins to rise up inside me as I imagine firebombs hitting the Seam.
“They are not in District Twelve?”  I repeat. As if saying it will somehow fend off the truth.
“Katniss,” Gale says softly.
I recognize that voice. It’s the same one he uses to approach wounded animals before he delivers a deathblow. I instinctively raise my hand to block his words but he catches it and holds on tightly.
“Don’t,” I whisper.
But Gale is not the one to keep secrets from me. “Katniss, there is no District Twelve.”

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.


domingo, 10 de noviembre de 2013


La reina en el palacio de las corrientes de aire MILLENNIUM 3 – Stieg Larsson
  
Mi tercer libro electrónico, la pantalla de un Nokia Lumia de reservadas características era suficiente. Sólo rogar porque hubiera red para poder abrirlo desde Dropbox. Tercer y último libro de la serie Millenium, pues Stieg Larsson murió en el año 2004, precisamente por estas fechas. Lisbeth Salander libra batalla tras batalla para salir victoriosa de esta guerra en la que, como sabemos de nuestro libro anterior, ha sido acusada de tres asesinatos. Absolutamente todo lo que en ella se manifiesta es usado en su contra: su personalidad poco sociable, su indumentaria, sus preferencias sexuales, sus inexpresivos silencios y su declaración de incapacidad a raíz de un pasado tachado de violento. En su contra operan los miembros de la desaparecida Sección, el psicoanalista infantil Peter Teleborian y el ingenuo fiscal Ekström. De su lado se encuentra, obvio, Mikael, quien ha rogado a su hermana Annika y a Lisbeth aceptar fungir como abogada y clienta en el caso que se les avecina una vez que Lisbeth logre salir del hospital en el que los miembros de la Sección han rematado a su malherido padre, Alexander Zalachenko, y donde han intentado matarla también a ella. Durante su estancia en el hospital y una vez que puede incorporarse y mantenerse sentada en su cama, se ocupa, de la mano de sus amigos de Hacker Republic, de preparar su declaración, de investigar a su odiado psicoanalista de la infancia y de resolver el caso de acoso cibernético y físico del que Erika Berger es objeto. Por si fuera poco, se da el tiempo de leer revistas de investigación en genética avanzada que le consigue el doctor Anders Jonasson que le ha sacado la bala del cerebro.

El libro se divide en tres partes: Incidente en un pasillo, Hacker Republic y Disc crash. Al inicio de cada una de estas partes se cuentan breves reseñas sobre pueblos de amazonas alrededor del mundo. Aquí un segmento de cada narración:

“A los libros de historia siempre les ha resultado difícil hablar de las mujeres que no respetan la frontera que existe entre los sexos. Y en ningún otro momento esa frontera es tan nítida como cuando se trata de la guerra y del empleo de las armas”.

“También fueron los griegos los que acuñaron el término amazona. La palabra significa literalmente «sin pecho» porque, con el objetivo de que a las mujeres les resultara más fácil tensar el arco, les quitaban el pecho derecho.”

“Sin embargo, el ejército (de amazonas) de Myrina dejó huella en la región… Esas mujeres eran entrenadas en el manejo de todo tipo de armas, entre ellas el arco, la jabalina, el hacha y las lanzas… Rechazaban el matrimonio por considerarlo una sumisión…  Sólo la mujer que había matado a un hombre en la batalla tenía derecho a perder su virginidad.”

A continuación le ofrezco segmentos de la última parte, Disc Crash, donde el juicio contra Lisbeth finalmente tiene lugar. En el primer segmento tenemos el primer interrogatorio realizado por el fiscal Ekström a Lisbeth Salander.

—Bueno —dijo Ekström con un tono de voz razonable—. Vayamos directamente a los acontecimientos de la casa de campo del difunto letrado Bjurman, en las afueras de Stallarholmen, ocurridos el seis de abril de este mismo año y que constituyen el punto de partida de la exposición que realicé esta mañana. Intentemos aclarar las razones que la llevaron a ir a Stallarholmen y pegarle un tiro a Carl-Magnus Lundin.
Ekström intimidó a Lisbeth Salander con la mirada. Ella siguió sin inmutarse. De repente, el fiscal pareció resignarse. Hizo un gesto con las manos y pasó a contemplar al presidente del tribunal: al juez Jórgen Iversen se lo veía pensativo. Acto seguido, miró de reojo a Annika Giannini, que seguía inmersa en la lectura de sus papeles, ajena por completo a su entorno.
El juez Iversen carraspeó. Luego se dirigió a Lisbeth Salander:
—¿Debemos entender su silencio como que no quiere contestar a las preguntas? —preguntó.
Lisbeth Salander giró la cabeza y se enfrentó con la mirada del juez Iversen.
—Contestaré con mucho gusto a las preguntas —le respondió.
El juez Iversen asintió.
—Entonces, ¿por qué no contesta a mi pregunta? —terció el fiscal Ekström.
Lisbeth Salander volvió a mirar a Ekström. Permaneció callada.
—¿Hace usted el favor de contestar a la pregunta? —intervino el juez Iversen.
Lisbeth giró nuevamente la cabeza hacia el presidente de la sala y arqueó las cejas. Su voz sonó fuerte y clara.
—¿Qué pregunta? Hasta ahora —señaló con un movimiento de cabeza a Ekström— no ha hecho más que una serie de afirmaciones no confirmadas. Yo no he oído ninguna pregunta.
Annika Giannini alzó la vista. Puso un codo en la mesa y apoyó la cara en la mano mostrando un repentino interés con la mirada.
El fiscal Ekström perdió el hilo durante unos cuantos segundos.
—¿Puede hacer el favor de repetir la pregunta? —propuso el juez Iversen.
—Yo le he preguntado si... ¿Fue usted a la casa de campo que el abogado Bjurman tenía en Stallarholmen con el objetivo de disparar a Carl-Magnus Lundin?
—No, has dicho que querías aclarar las razones que me llevaron a ir a Stallarholmen y pegarle un tiro a Carl-Magnus Lundin. Eso no es una pregunta. Es una afirmación general en la que te adelantas a mi respuesta. Yo no soy responsable de las afirmaciones que tú quieras hacer.
—No sea tan impertinente. Conteste a la pregunta.
—No.
Silencio.
—¿No?
—Es la respuesta a la pregunta.

Después de haber interrogado a Lisbeth y a varios testigos, el fiscal Ekström ha llamado a su testigo estrella, el doctor Peter Teleborian, quien con sobrada confianza en su conocida reputación dentro el gremio, ha tachado todas las afirmaciones y acusaciones de Lisbeth de meras fantasías infantiles. El turno es de Annika para probar que las aseveraciones de Lisbeth son ciertas, y tras develar una serie de inconsistencias en los dichos de Peter Teleborian sobre el tratamiento y salud mental de Lisbeth, nuestra abogada de lo familiar ha oprimido el botón de reproducción del DVD dispuesto en la sala del juicio para consideración del juez Iversen.

Al cabo de nueve minutos, el juez Iversen golpeó la mesa con la maza justo en el momento en que el abogado Nils Bjurman quedaba inmortalizado para la posteridad al introducir violentamente un consolador en el ano de Lisbeth Salander. Annika Giannini había puesto el volumen bastante alto. Los gritos medio apagados que Lisbeth dejaba escapar a través de la cinta adhesiva que cubría su boca resonaron en toda la sala.
-—¡Quite la película! —dijo Iversen con un tono de voz muy alto y firme.
Annika Giannini pulsó la tecla de stop. Se encendieron las luces. El juez Iversen se había sonrojado. El fiscal Ekström se había quedado petrificado. Peter Teleborian estaba lívido.
—Abogada Giannini, ¿qué duración ha dicho que tiene esa película? —-preguntó el juez Iversen.
—Noventa minutos. La violación propiamente dicha tuvo lugar repetidamente a lo largo de unas cinco o seis horas; no obstante, mi clienta recuerda de forma muy vaga la violencia de las últimas horas.
Annika Giannini se volvió hacia Peter Teleborian.
—Aunque sí está la escena en la que Bjurman atraviesa el pezón de mi clienta con una aguja y que el doctor Teleborian sostiene que es una muestra más de la exagerada fantasía de Lisbeth Salander. Tiene lugar en el minuto setenta y dos y estoy dispuesta a mostrar esa escena ahora mismo.
—Gracias, pero no va a ser necesario —dijo Iversen—. Señorita Salander...
Se quedó callado un segundo sin saber cómo continuar.

El resto del juicio transcurre sin contemplaciones. Annika asesta golpe tras golpe. Uno de estos golpes se refuerza cuando la policía interrumpe el juicio para llevarse a Peter Teleborian por posesión de más de ocho mil fotografías de pornografía infantil muy dura que Hacker Republic habría de descubrir en la computadora personal del psicoanalista y que habrían de quedar clavadas en la retina de Mikael Blomkvist. Tras el éxito aplastante del juicio, Annika se ha ofrecido a llevar a Lisbeth a su casa, se han estacionado y le suplica que no desaparezca pues las cosas no han terminado:

—¿Qué piensas hacer ahora?
—No lo sé. Puedes contactar conmigo por correo electrónico. Prometo contestar en cuanto pueda, aunque quizá no lo mire todos los días...
—Tener una abogada no te convierte en ninguna esclava. De momento, nos contentaremos con eso. Anda, sal del coche: estoy hecha polvo y quiero irme a casa a dormir.
Lisbeth abrió la puerta y salió. Se detuvo cuando estaba a punto de cerrar. Dio la impresión de que deseaba decir algo y no encontraba las palabras. Por un momento, Lisbeth se le antojó a Annika casi casi vulnerable.
—Está bien —-dijo Annika—. Vete a casa a descansar. ¡Y no te metas en líos!
Lisbeth Salander se quedó en la acera siguiendo con la mirada el coche de Annika Giannini hasta que las luces traseras desaparecieron al doblar la esquina.
—Gracias —-acabó diciendo.

Pero Annika Giannini tuvo que acosar a Lisbeth para que ésta se ocupara, como mayor de edad que ahora oficialmente era, de decidir sobre la repartición de bienes antes propiedad de Zalachenko que le tocaban a ella y a su hermana Camila. Es en uno de estos inmuebles, donde Lisbeth encuentra al desaparecido Niederman. Después de hábilmente lograr evadirlo pues sabe que no puede herirlo, logra clavarle los pies al suelo con un martillo taladro, trepa a una colina fuera del inmueble y termina su horrenda lucha.

Cuando Sonny Nieminen y sus cómplices descubrieron que había una puerta abierta en la fachada lateral, ella volvió a coger su móvil. Escribió un mensaje y lo envió a la central de la policía de Norrtálje:
EL ASESINO DE POLICÍAS R. NIEDERMANN SE ENCUENTRA EN LA VJA FÁBRICA DE LADRILLOS CERCA DE LA GASOLINERA OK AFUERAS DE SKEDERID. ESTÁ A PUNTO DE SER ASESINADO POR S. NIEMINEN & MMBROS DE SVAVELSJÖ MC. MUJER MUERTA EN PISCINA DE PLNTA BJA.
No pudo ver ningún movimiento en la fábrica. Cronometró el tiempo.
Mientras esperaba, sacó la tarjeta SIM del móvil y la destruyó cortándola por la mitad con unas tijeras para las uñas. Bajó la ventanilla y tiró los trozos al suelo. Luego sacó de la cartera una tarjeta SIM nueva y la introdujo en el teléfono. Utilizaba tarjetas prepago de Comviq que resultaban casi imposibles de rastrear. Llamó a Comviq y recargó quinientas coronas.

Una vez más, como seguramente también disfrutó de esta historia en su versión cinematográfica (sueca, por supuesto), le regalo el gran final:

Ella dudó unos segundos. Llevaba dos años manteniéndose a la mayor distancia posible de Mikael Blomkvist. Aun así, le dio la sensación de que —bien a través de la red o bien en la vida real— él siempre acababa pegándose a su vida igual que se pega un chicle a la suela de un zapato. En la red todo le parecía bien. Allí él no era más que electrones y letras. En la vida real, delante de su puerta, seguía siendo ese maldito hombre tan jodidamente atractivo. Y que conocía sus secretos de la misma manera que ella conocía los de él.
Lo contempló y constató que ya no albergaba ningún sentimiento hacia él. O al menos no ese tipo de sentimientos.
Lo cierto era que durante el año que acababa de pasar él había sido un amigo.
Confiaba en él. Quizá. Le irritaba que una de las pocas personas en las que confiaba fuera un hombre al que evitaba ver constantemente.
Al final se decidió. Era ridículo hacer como si él no existiera. Ya no le dolía verlo.
Abrió la puerta y lo dejó entrar de nuevo en su vida.

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.


martes, 24 de septiembre de 2013

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina MILLENNIUM 2– Stieg Larsson




 
De la famosa trilogía Millennium, éste segundo libro leído en formato electrónico es el que más me ha gustado. Seguramente porque me parece que de los tres libros éste es el que centra toda su atención en Lisbeth Salander; en su frialdad, en su ácida cordura, en su sonrisa torcida, en su portentosa rapidez para el aprendizaje, en su engañosa fragilidad y en su derecho irrevocable a ser quien y como ella quiera ser.

El libro se divide en cuatro trepidantes partes: Ecuaciones irregulares, From Russia with love, Ecuaciones absurdas y Terminator mode. Cada una de estas partes adereza el título con una brevísima referencia a una de las cosas que disfruté mucho en secundaria: ecuaciones. Lisbeth adquirió el libro Dimensions in Mathematics en su impulso y fascinación por conocer más sobre la astronomía esférica. Y este libro le acompaña en su solitario recorrido por distintos países luego de haberse ido de Suecia sin dejar rastro, con una cuantiosa fortuna en coronas suecas fruto, propiamente dicho, de su duro trabajo como investigadora en el caso Wennerström. A este viaje de Lisbeth por algunos puntos del globo y de nuestro viaje por su compleja severidad y por debajo de su dura coraza le antecede un revelador prólogo, que nos servirá para concederle razón en casi todas sus formas de proceder. Como una solución al teorema de Fermat que a ella tanto le fascinó.

A continuación le despliego un segmento de cada una de esas cuatro partes. En el primer segmento tenemos al tatuado abogado que odia a su ex-tutelada con sobrada vehemencia.

Bjurman regresó al archivo de la comisión de tutelaje. Esta vez no pidió ver la documentación sobre Lisbeth Salander sino la descripción del cometido de Palmgren, algo determinado por la propia comisión. Se la dieron y, a primera vista, resultó decepcionante. Dos páginas de escasa información. La madre de Lisbeth Salander ya no era capaz de ocuparse de sus hijas. A causa de las especiales circunstancias, las hijas tuvieron que ser separadas. Camilla Salander fue entregada, por mediación de los servicios sociales, a una familia de acogida. Lisbeth Salander ingresó en la unidad de psiquiatría infantil de Sankt Stefan. No se consideró otra alternativa.
¿Por qué? Había una frase críptica: «Debido a los acontecimientos del 120391, la comisión de los servicios sociales ha decidido que...». Luego otra referencia al número de registro de las misteriosas y confidenciales pesquisas policiales. Pero esta vez había un detalle más: el nombre del policía encargado de la investigación.
Estupefacto, el abogado Nils Bjurman se quedó mirando el nombre. Era un nombre que conocía. Y muy bien.
Las cosas cobraban otra dimensión.

Todos venimos de una familia. En el segundo segmento conocemos a la familia cercana de Lisbeth Salander.

El nombre de su madre era Agneta Sofia Salander. Los últimos catorce años de su vida habían estado marcados por una sucesión de pequeños derrames cerebrales que le impidieron cuidar de sí misma y realizar sus actividades cotidianas. Hubo períodos en los que no fue posible comunicarse con ella y en los cuales, incluso, le resultó difícil reconocer a Lisbeth.
Pensar en su madre siempre le producía una sensación de desamparo y la sumía en la más absoluta oscuridad. En su adolescencia albergó, durante mucho tiempo, la esperanza de que se curara y de poder establecer algún tipo de relación con ella. Siempre supo que eso no ocurriría jamás.
La madre de Lisbeth era delgada y bajita pero, ni de lejos, tan anoréxica como ella. Al contrario, era realmente guapa y estaba bien proporcionada. Al igual que la hermana de Lisbeth.
Camilla.
Lisbeth no quería pensar en su hermana.
A Lisbeth se le antojaba una ironía del destino que ella y su hermana fueran tan drásticamente distintas. Eran gemelas, nacidas con un intervalo de veinte minutos.
Lisbeth era la primogénita. Camilla era guapa.
Resultaban tan diferentes que era increíble que se hubieran formado en el mismo útero. Si algo del código genético de Lisbeth Salander no hubiera fallado, ella también habría tenido exactamente la misma deslumbrante belleza que su hermana.
Y con toda seguridad habría sido igual de tonta… Desde que tenían doce años y ocurrió Todo Lo Malo se criaron en diferentes familias de acogida. No se habían visto desde que había cumplido los diecisiete y, en aquella ocasión, Lisbeth terminó con un ojo morado y Camilla con un labio partido. Lisbeth desconocía el paradero actual de Camilla, pero tampoco había hecho ningún esfuerzo por averiguarlo.

Lisbeth deposita en un reducido número de personas todos sus afectos. Y que estas personas se vean lastimadas por su causa la pone en un estado de furia escepcional. Este es nuestro tercer segmento:

El domingo por la mañana, cuando conectó su PowerBook y leyó todas las tonterías que habían escrito sobre Miriam Wu, Lisbeth enfureció. Se sintió miserable y le invadieron los remordimientos. No se había dado cuenta de hasta qué punto iban a atacar a Mimmi. Y el único delito de Mimmi consistía en ser... ¿conocida?, ¿amiga?, ¿amante?, de Lisbeth.
... Tras el acoso mediático del que estaba siendo víctima, dudaba que Mimmi quisiera volver a tener algo que ver con esa loca psicótica llamada Lisbeth Salander.
Le daba rabia.
... La lista de personas a las que Lisbeth tenía intención de someter a tratamiento empezaba a ser bastante larga.
Pero primero debía encontrar a Zala.
No sabía con exactitud qué sucedería cuando diera con él.

De la cuarta parte disfrutaremos del irreversible encuentro familiar: Lisbeth, su odiado padre (siempre el padre) y un hermano con analgesia. Un pavoroso escenario.

Ella también sintió cómo el fuerte latigazo eléctrico atravesaba el brazo con el que Niedermann la tenía agarrada. Daba por descontado que él se iba a desplomar de dolor; en cambio, bajó la mirada y contempló a Lisbeth con una expresión de desconcierto. Los ojos de Lisbeth Salander se abrieron de par en par; estaba perpleja. Resultaba obvio que él había experimentado una sensación incómoda, pero en absoluto dolor. «Este tío no es normal.»
Niedermann se inclinó, le quitó la pistola eléctrica y la examinó intrigado. Luego, le dio una bofetada con toda la mano. Fue como si la hubiese golpeado con un mazo. Ella se derrumbó sobre el suelo, ante el sofá. Levantó la vista y sus ojos se toparon con los de Niedermann. La observaba lleno de curiosidad, como si se preguntara qué sería lo próximo que haría Lisbeth. Como un gato que se prepara para jugar con su presa.
En ese momento, ella intuyó un movimiento en una puerta del fondo de la estancia. Volvió la cabeza.
Lentamente, él avanzó hacia la luz.
Se ayudaba de un bastón; Lisbeth vio la prótesis que le asomaba por la pernera.
Su mano izquierda era un muñón atrofiado al que le faltaban un par de dedos.
Alzó la mirada y contempló su cara. La mitad izquierda era un patchwork de cicatrices dejadas por las quemaduras. No tenía cejas y su oreja no era más que un resto de cartílago. Estaba calvo. Lo recordaba como un hombre atlético y viril, de pelo moreno rizado. Medía un metro sesenta y cinco y estaba demacrado.
—Hola, papá —dijo Lisbeth con un tono inexpresivo.
Alexander Zalachenko observó a su hija con la misma expresión ausente.
 ...
La segunda bala le alcanzó la espalda y fue a parar a su omoplato izquierdo. Un agudo y paralizante dolor le recorrió el cuerpo.
Cayó de rodillas. Durante unos segundos, fue incapaz de moverse. Era consciente de que Zalachenko estaba a su espalda, a unos seis metros. Obstinada, se puso de pie con un último esfuerzo y dio un tambaleante paso hacia la cortina de arbustos protectores.
Zalachenko tuvo tiempo de apuntar.
La tercera bala impactó a dos centímetros detrás de la parte superior de su oreja. Le perforó el hueso parietal y ocasionó una telaraña de fisuras radiales en el cráneo. Continuó su trayectoria hasta acabar descansando en la materia gris a unos cuatro centímetros por debajo de la corteza cerebral.
Para Lisbeth Salander la descripción médica habría sido puramente académica. En términos prácticos, la bala le provocó un trauma masivo inmediato. Su última percepción fue un shock de color rojo ardiente que se convirtió en una luz blanca.
Luego oscuridad.
Clic…
 ...
Con la mano derecha, Lisbeth se hizo con el hacha que estaba colgada de un clavo en el tajo un segundo antes de que Alexander Zalachenko entrara. No tenía fuerzas para levantarla por encima de su cabeza, de modo que, cogiéndola con una mano, tomó impulso y, de abajo arriba, describió con ella una curva mientras que, apoyándose sobre la cadera ilesa, giraba el'cuerpo.
Justo cuando Zalachenko le dio al interruptor de la luz, el filo del hacha se adentró diagonalmente en la parte derecha de su cara, destrozándole el hueso maxilar y penetrando unos milímetros en el frontal. No le dio tiempo a comprender lo que estaba ocurriendo. Un segundo despues su cerebro registró el dolor y se puso a aullar como un poseso…

Como estoy prácticamente segura de que también disfrutó de esta historia en su versión cinematográfica (sueca, por supuesto), le regalo el gran final:

Con Zalachenko en la caseta y Niedermann atado en la carretera de Sollebrunn, Mikael atravesó el patio hasta la casa principal. Tal vez hubiera una desconocida tercera persona que podría representar un peligro, pero la casa le pareció desierta, casi deshabitada. Apuntó al suelo con el arma y, con mucho cuidado, abrió la puerta exterior. Entró en un vestíbulo oscuro y vio un haz de luz que procedía de la cocina. Lo único que pudo oír fue el tictac de un reloj de pared. Al llegar a la puerta, descubrió de inmediato a Lisbeth Salander tumbada encima de un banco.
Por un instante, se quedó como paralizado contemplando su cuerpo maltrecho. Notó que en la mano —que colgaba flácida— llevaba una pistola. Se acercó y se puso de rodillas. Pensó en cómo había encontrado a Dag y Mia y, por un segundo, creyó que Lisbeth estaba muerta. Luego vio un pequeño movimiento en su caja torácica y percibió una débil y bronca respiración.
Alargó la mano y, cuidadosamente, le empezó a quitar el arma. De pronto, Lisbeth la agarró con más fuerza. Sus ojos se abrieron formando dos delgadas líneas y miraron a Mikael durante unos largos segundos. Su mirada estaba desenfocada. Después, él la oyó murmurar unas palabras en voz tan baja que apenas pudo percibirlas.
—Kalle Blomkvist de los Cojones.
Cerró los ojos y soltó la pistola. Mikael puso el arma en el suelo, sacó el móvil y marcó el número de emergencias.

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.

domingo, 1 de septiembre de 2013

El amor en los tiempos del Cólera – Gabriel García Márquez




“No es que no te quiera, es que te necesito lejos”. Hello, Seahorse!

Una de las cosas más simpáticas que me ocurrieron al platicar de esta obra con no hispanohablantes fue que creían que García Márquez se apellidaba Márquez. Y que se llamaba García. En fin, que seguramente usted se cuenta entre los muchos afortunados que nos regocijamos con esta historia de amor. Y es que, dicen, es muy fácil dejar de amar a quien vive con uno. Pero es casi imposible que un objeto de nuestro deseo deje de serlo mientras esté lejos y por siempre añorado.
Llevada ya a la pantalla grande con buen tino y mejor fortuna, El amor en los tiempos del cólera nos narra la juvenil llama de amor que se incendió en los corazones adolescentes de Florentino Ariza y Fermina Daza. Y que se mantuvo encendida, digo yo, al nunca haber sido presa de la convivencia diaria. Retractándome, también pudo haberse mantenido encendida porque estaban hechos el uno para el otro, a la sazón de un Mal de amores como el de Emilia Sauri y Daniel Cuenca. Entrañables personajes, Florentino Ariza y Fermina Daza, reanudan este amorío en el ocaso de sus vidas, en esas edades en las que la mayoría de nosotros no cree que la gente tenga ya ganas de sentir mariposas en la boca del estómago. En esta reseña me gustaría recordarle tres fragmentos, para mí, clave en la historia.

La adolescencia se presta, en todas sus facetas (biológica, emocional, temporal, etc.), para que las sensaciones durante ella experimentadas sean irrepetibles. Eso es lo que quisiera recordarle con el primer fragmento.

-Lo único que le pido es que me reciba una carta - le dijo.
No era la voz que Fermina Daza esperaba de él: era nítida, y con un dominio que no tenía nada que ver con sus maneras lánguidas. Sin apartar la vista del bordado, le contestó: "No puedo recibirla sin el permiso de mi padre". Florentino Ariza se estremeció con el calor de aquella voz, cuyos timbres apagados no iba a olvidar en el resto de su vida. Pero se mantuvo firme y replicó de inmediato: "Consígalo". Luego dulcificó la orden con una súplica: "Es un asunto de vida o muerte". Fermina Daza no lo miro, no interrumpió el bordado, pero su decisión entreabrió una puerta por donde cabía el mundo entero.
-Vuelva todas las tardes - le dijo - y espere a que yo cambie de silla.

Dios nos libre de ver a alguien que es nuestra adoración llorar desgarrado por el rechazo del ser amado. Así lo plantean incansablemente películas juveniles en las que padres, amigos, y hermanos no pueden hacer otra cosa que abrazar el alma despedazada del rechazado. Eso cuenta nuestro segundo fragmento.
En muchas de estas historias juveniles, como en 3MSC, por ejemplo, es la cabeza femenina la que parece cobrar consciencia de la locura, de la imposibilidad o de la idealización. Por lo menos ése parece ser el caso de Fermina Daza. Fermina da fin al intenso noviazgo al tener frente a sí a su amor de lejos por segunda vez. Así es: aunque usted no lo crea, en esos tiempos los novios se comunicaban únicamente por vía escrita - ¿impensable hoy en día?

En los días siguientes, al borde de la locura, él le escribió numerosas cartas de desesperación, y asedió a la criada para que las llevara, pero ésta cumplió las instrucciones terminantes de no recibir nada más que los regalos devueltos. Insistió con tanto ahínco, que Florentino Ariza los mandó todos, salvo la trenza, que no quería devolver mientras Fermina Daza no la recibiera en persona para conversar aunque fuera un instante. No lo consiguió. Temiendo una determinación fatal de su hijo, Tránsito Ariza se bajó de su orgullo y le pidió a Fermina Daza que le concediera a ella una gracia de cinco minutos, y Fermina Daza la atendió un instante en el zaguán de su casa, de pie, sin invitarla a entrar y sin un ánimo de flaqueza. Dos días después, al término de una disputa con su madre, Florentino Ariza descolgó del muro de su dormitorio el nicho de cristal polvoriento donde tenía expuesta la trenza como una reliquia sagrada, y la misma Tránsito Ariza la devolvió en el estuche de terciopelo bordad con hilos de oro. Florentino no tuvo nunca más una oportunidad de ver a solas a Fermina Daza, ni de hablar a solas con ella en los tantos encuentros de sus muy largas vidas, hasta cincuenta y un años y nueve meses y cuatro días después, cuando le reiteró el juramento de fidelidad eterna y amor para siempre en su primera noche de viuda.

El tercer fragmento es el principio del final, el primer año de duelo de Fermina Daza luego de la muerte del doctor Juvenal Urbino y de que Florentino Ariza le reiterara el juramento de su fidelidad eterna. Ambas cosas el mismo día, hágame usted favor. Es el inicio de las visitas regulares que nunca tuvieron de jóvenes pues no tenían el permiso de la familia de ella. Ahora sí lo tenían. O por lo menos era la única forma que tenía su hijo, el doctor Urbino Daza, de demostrar que no era un troglodita como su hermana.

Desde el punto de vista médico, según él, el límite podían ser los sesenta años. Pero mientras se llegaba a ese grado de caridad, la única solución eran los asilos, donde los ancianos se consolaban los unos a los otros, se identificaban en sus gustos y sus aversiones, en sus resabios y sus tristezas, a salvo de las discordias naturales con las generaciones siguientes. Dijo: “Los viejos, entre los viejos, son menos viejos”. Pues bien: el doctor Urbino Daza quería agradecerle a Florentino Ariza la buena compañía que le daba a su madre en la soledad de su viudez., le suplicaba que siguiera haciéndolo para bien de ambos y comodidad de todos, y que tuviera paciencia con sus humores seniles. Florentino Ariza se sintió aliviado con la solución de la entrevista. “Esté tranquilo – le dijo –. Soy cuatro años mayor que ella, y no solo ahora, sino desde mucho antes, mucho antes que usted naciera.” Luego cedió a la tentación de desahogarse con una puntada de ironía.
-En la sociedad del futuro – concluyó –, usted tendría que ir ahora al camposanto, a llevarnos a ella y a mí un ramo de anturios para el almuerzo.
El doctor Urbino Daza no había reparado hasta entonces en la inconveniencia de su profecía, y se metió por un desfiladero de explicaciones que acabaron de enredarlo. Pero Florentino Ariza lo ayudó a salir. Estaba radiante, pues sabía que tarde o temprano iba a tener un encuentro como aquel con el doctor Urbino Daza, para cumplir con un requisito ineludible: la petición formal de la mano de su madre.  

Pero los jóvenes, desde que yo me acuerdo, dicen que más vale pedir perdón que pedir permiso. Quizás no habría de sorprendernos que esto aplique para todas las edades.

Espero que haya disfrutado su resumen, peladito y en la boca.